Jungla de asfalto
17 de Marzo de 2010
La Interpol estima que el 6% de todos los bienes que se consumen en el mundo son falsificados. Y no se trata sólo de imitaciones de bolsos de Gucci y relojes de Rolex.
A medida que los precios de los vinos más exclusivos han ido subiendo hasta costar miles de euros, los falsificadores provistos de un simple programa de impresión pueden hacer un buen negocio.
Pero estos temas no se hablan tan abiertamente entre los productores pues son comprensiblemente reacios a llamar la atención pública hacia el problema.
No quieren sembrar dudas entre los coleccionistas de vinos que pagan grandes sumas por botellas muy buscadas.
Y tampoco quieren publicitar la forma en que los imitadores hacen su trabajo.
Un tribunal federal de Nueva York ha iniciado una investigación para saber si las casas de subastas, los coleccionistas o destacados conocedores han vendido vinos falsificados.
Y es que los coleccionistas suelen pagar miles de euros por una botella y valoran especialmente los ejemplares de Bordeaux de los años 20.
Hasta ahora las botellas subastadas más caras de la historia son:
Penfold’s Grange de 1951 vendida en subasta en Australia por 30 mil euros. Es un vino a base de syrah con algo de cabernet sauvignon.
La segunda más cara fue una de vino francés Romanée-Conti de 1875 vendida por 28 mil 115 euros.
Se calcula que el 5% de las botellas de lujo vendidas en subastas son falsas.
El veloz crecimiento de la actividad delictiva con el vino apunta a falsificar botellas como el Chateau Petrus (un vino de una cosecha como la de 1982 ronda los 2 mil 500 euros la botella).
Otros selectos caldos de colección, como el Grange de Australia y el Sassicaia de Italia, que cuestan entre 415 y mil 240 euros por las cosechas más añejas.
Los timos ya no se limitan, como antaño, a rellenar las botellas abiertas antes de llevarlas a la mesa.
A veces los falsificadores pertenecen a redes delictivas organizadas; otras son estafadores solitarios.
Ahora, con un suministro apropiado de corchos, software para imprimir las etiquetas y botellas, las imitaciones van a parar bien cerradas a las cajas.
Lo que hay dentro de estas botellas pirata sigue siendo vino pero de una calidad inferior a lo que indica la etiqueta. Muchas de las que llevan marcas francesas vienen de China.
Es posible que el comprador no descorche esos vinos durante muchos años, demorando el descubrimiento de la falsificación. Y eso, por supuesto, en caso de que pueda notar la diferencia.
Los grupos del sector vinícola reconocen que la falsificación va en aumento, pero no han podido determinar cuánto se han extendido.
Los enólogos, que examinan las botellas más famosas antes de que salgan a subasta, calculan que cada año se detectan millones de dólares en vino falsificados.
No obstante, la proliferación de nuevas etiquetas a prueba de falsificación debe darles a los compradores algo de consuelo, y a los falsificadores, un dolor de cabeza más.
MEDIDAS CONTRA LA PIRATERÍA DE VINOS
Emmanuel Cruse, el joven propietario de la bodega Chateau d'Issan, es uno de los productores de vino que está tomando cartas en el asunto de evitar la falsificación de vinos.
Sus vinos de la cosecha 2002, la muy apreciada tercera cepa de ese Margaux de Burdeos, tienen una característica etiqueta dorada con un dibujo en negro.
Aunque la botella no parece diferente en ningún sentido, lleva un holograma imposible de imitar, un microtexto incorporado en el dibujo que sólo es visible con lupa.
Además tiene números en código ocultos para poder rastrearla hasta el minorista.
Ciacci Piccolomini d’Aragona de Bianchini S. S. de Toscana también insertó hologramas en el envoltorio que cubre el corcho de su Brunillo de 2001.
La bodega también ha experimentado con microchips incorporados en la etiqueta que pueden leerse con un escáner óptico.
La Federación Española del Vino, organismo que representa al 70% de los vinicultores españoles también ha tomado cartas en el asunto.
A fin de autentificar y asegurar que la botella envasada es genuina el laboratorio del Centro Técnico Operativo de SICPA incorpora un certificado de análisis sensorial.
El certificado es complementado con un análisis físico-químico de aquellas características del vino que se puedan identificar y al mismo tiempo que puedan servir de prueba.
Este análisis llevará un número que estará registrado en la contraetiqueta de la botella con el código de barras EAN13.
Los consumidores podrán acceder desde el ordenador o a través del teléfono móvil a la información necesaria para probar su autenticidad.
Dicho número estará es registrado y activado en la bodega en el momento en que el vino es embotellado.
Con esto se busca que cada botella producida en España esté marcada de una manera inequívoca y segura.
La Universidad de Aquisgran ha desarrollado una máquina para el control de calidad de los vinos.
Se trata de una especie de nariz artificial que es capaz de analizar por fórmulas matemáticas aspectos como el tipo de uva, su procedencia, la calidad y la edad del vino.
La máquina tiene 6 pequeños sensores sobre una placa de platino de 6 centímetros y basta colocar unas gotas de vino sobre ella.
En respuesta nos dará un informe del tipo de vino, el grado de acidez, el contenido de azúcar y alcohol.
La máquina reacciona a los contenidos que ya tiene registrados por lo que puede constatar la originalidad de numerosos vinos sin importar su origen.
En los últimos dos años, The Antique Wine ha enviado unas 500 botellas al Centro de Estudios Nucleares de Burdeos Gradignan para que sean examinadas por el acelerador de partículas.
El proceso puede autentificar el vidrio de las botellas utilizando un análisis con rayos de iones para determinar la edad e historia de la botella.
El centro también prueba los vinos midiendo la radiactividad que emiten.
El método sólo funciona con el vino de uvas cosechadas después de 1945, cuando Estados Unidos lanzó la bomba de Hiroshima.
La radiactividad en el suelo disminuyó luego de 1945, y aumentó en 1961, cuando se hicieron pruebas nucleares durante la Guerra Fría.
También hubo un aumento en 1986, cuando se produjo el accidente del reactor nuclear de Chernobyl.
Todo eso forma parte de la callada batalla que se libra contra la falsificación de vinos
La idea de crear etiquetas a prueba de copia comenzó con los mejores vinos de Burdeos y ahora todo el sector vitivinícola está implementando sistemas antifalsificación.
Uno de ellos es el uso de exclusivas etiquetas de burbuja hechas con una resina transparente especial que forma ampollas imposibles de duplicar en los dibujos.
También hay papel con características de seguridad como las de los billetes de banco.
ESCÁNDALOS POR FALSIFICACIÓN
Una de las batallas más comentadas en el mundo vinícola es la que libra el millonario William I. Koch, un coleccionista que cuenta con una bodega de 35 mil botellas.
Hace unos años la examinó de arriba abajo y el resultado del análisis mostró que tenía varias botellas falsas en su haber.
Por supuesto empezó a entablar demandas contra todos los que estuvieron relacionados con la venta de estas botellas de colección.
Una de ellas fue la que interpuso contra Hardy Rodenstock, un coleccionista alemán que dijo haber encontrado botellas del sigo 18 propiedad de Thomas Jefferson.
También ha demandado a las casas de subastas Zachys y Acker, al coleccionista Eric Greenberg y las firmas Chicago Wine Company y Julienne Importing Company.
Todas las demandas son por vender botellas falsas aún cuando había dudas de su procedencia.
Su última demanda fue contra Rudy Kurniawan, hijo menor de una acaudalada familia china.
Él llegó a tener una cava de 50 mil botellas de vinos finos en menos de 6 años.
Se le acusa de comprar, revender y volver a comprar para inflar el precio de los vinos, además de que se ha comprobado que muchos de ellos son falsos.
Su objetivo es conseguir que le devuelvan su dinero y forzar a las casas de subastas y a los detallistas que comercializan con vinos raros y caros a cambiar su forma de operar.
miércoles, 17 de marzo de 2010
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